lunes, 21 de abril de 2008

Cosas de la vida

Gente que no valora el esfuerzo ajeno. Gente que se ciega ante una verdad universal. Personas, como tú o como yo, que día a día viven una mentira.

Es una utopía de ensueño.. Un ideal tan deseado como inalcanzable.. Eso de vivir en una sociedad caritativa y amigable. Esas realidades experimentadas por pueblos pequeños, en algunas regiones del mundo. Eso, de saludar, con tanto ahínco y cariño, a alguien que está contigo en algúna fila, o en un patio de comidas. Eso, de ser capaz de compartir con ellos hasta las más profundas penas.
Es posible, o de esa forma algunos quieren que fuese nuestra realidad, la de un mundo capitalista tercermundista.

Es en éste remoto rincón del mundo, donde se viven una de las miles realidades de las cuales el mundo subsiste hoy en día. Esa gris y fría realidad, aún en aquellos alegres días estivaeles, es la que no perdona, ni permite soñar despierto.

Es la gente.. Esa gente que se ven las caras todos los días; que creen conocerse por saber cómo visten cada día de la semana; que creen cómo piensa el prójimo. Se alimentan constantemente de una soberbia infundamentada. De aquella desesperada búsqueda por una superioridad intelectual y personal por sobre los otros.

Parece lejano, y a la vez tan real como lo es el despertar con el sol cada mañana.

Yo miro a aquella gente perderse en el tumulto matinal. Los entiendo. Seré uno más de ellos dentro de poco. Tal vez antes de lo que yo espere.

Tantas realidades distintas. Tantos puntos de vista diferentes. Es intrigante acaparar una concepción de esa magnitud. Me da algo en qué pensar durante mi tiempo libre.

Y tras esa realidad, me es posible encontrar algo de mí mismo. Algo, o más bien algunas personas, con las que comparto muy a menudo mis experiencias y desaveniencias.

Son como yo, o yo soy como ellos. Compartimos ciertas características, formas de pensar, gustos, en fin. Completamos el esquema de convivencia social de acuerdo a los cánones de la sociedad actual. Con eso ha de bastar.

Me detengo a pensar sobre aquellas personas, que han demostrado ser valerosas de mi completa confianza, y más aún, de mi incondicional cariño. Una duda no existe con respecto a cualquier cosa que sea necesaria que deba realizar por ellos.

A la vez, me enorgullezco de los títulos que he ganado: El ser una persona de la misma, o incluso más importancia para ellos, como ellos lo son para mí. Siempre ha sido motivo de alegría, el saber que yo cuento con ellos, como ellos cuentan conmigo. Y es un deber inherente, asistirlos en cualquier forma posible, sin importar el medio o el costo que ésto implique.

Y entre aquellos seres queridos, observo a otras personas, que entregan con tanta facilidad, casi con descuido, aquél preciado regalo; ésa nominación o envestidura que conlleva tanta importancia, según yo lo veo.

Es aquella gente que no ve lo mucho que vale aquella simple palabra. Aquellos, que la incorporan a su léxico de uso diario, obviando la magnitud que implica, sin jamás reconocer, o al menos tildar la razón, o la pluralidad de éstas, por las cuales aquella persona ha sido digna de tal muestra de confianza.

Es motivo de tristeza, el ver cómo aquella gente, sin siquiera advertirlo, ve aquél regalo que tan descuidadamente otorgaron, manchado por aquellos valores que contradicen a cabalidad, aquellos que comprenden el lazo que se forma gracias a tal simple palabra.

A la vez, me alegro, irónicamente en su tristeza, al ver a mis amigos, que no llenarían mi pieza. Con suerte, podrían ocupar la mitad de ella.

Pero son esas personas, las cuales me entregan su cariño y confianza, de tal forma como yo les entrego a ellas, aquellos presentes.

Es mi motivo de ser, y de alegría. El despertar cada mañana, y pensar en ellos. Porque sé que ellos pensarán en mí también.

Gracias.