domingo, 8 de junio de 2008

Silencio

"Atención caballeros. Estamos experimentando un poco de turbulencia, por lo que les pedimos que mantengan la calma, abrochen sus cinturones y mantengan la postura de aterrizaje hasta que el capitán indique lo contrario. Por su atención, muchas gracias."

Unos minutos más tarde, se encontraba en un rincón, herido en el pecho. No entendía, sólo procesaba el hecho de que su vida terminaría dentro de poco.

Se encontraba lejos de cualquier lugar en el que podría encontrar daño, o al menos eso creía, hasta ése día.

Escuchaba pasos. Gente corriendo, niños gritando. Escuchaba el silencio de su fin.

Intentaba mantenerse conciente. Su mente se había llenado de todo excepto de lo que impartían en aquél lugar. De caricaturas, de violencia, de basura intelectual que él encontraba "genial".

Daba cabida para su afección por aquél mundo virtual. Ése, donde los "game over" y los "continue" tenían un arreglo tan simple como el de apretar un botón.

No sabía el logaritmo de 5, pero sabía que un rifle de asalto de infantería tenía capacidad para 30 tiros, lo suficiente como para terminar con las artificiales vidas de sus contrincantes. Personas, que sin conocerse, al momento de ingresar a ése universo paralelo, se odiaban.

"Sin lamentos, sin lloriqueos" era el lema de su avatar. Era uno de los mejores. Nadie podía superarlo. Todos preferían tratar de herirlo a través de otros medios. Trataban de acribillar su orgullo. Pero él sabía que era envidia. Porque solo él podía conseguir puntajes tan altos.

Pero aquél día, a pesar de estar enfrentado a rifles y pistolas, y a pesar de poseer un conocimiento tan vasto sobre el combate, se encontraba en aquella esquina, sangrando, y afrontando un eminente fin.

Torpemente presiona el lugar donde brota aquella substancia que tanto había visto digitalizada.
Para él era un requisito. El mundo virtual debía poseer personajes que al expiar, sufrieran, gritaran y sangraran. Que demostrasen su humanidad a través de la forma más grotesca posible. Y él disfrutaba cada etapa de aquella defunción.

Han pasado ya algunos minutos desde que vió a aquellos personajes. Él los había visto alguna vez en su vida. Tal vez cuando fue a comprar el último videojuego de tiros. O talvéz mientras comía una hamburgesa que su madre, con tanto cariño y esmero le hizo.

Pudo pensar en ella durante un minuto, y las lágrimas acuaron el espeso caudal proveniente de su pecho.

Pensó en cuantas veces no se despidió de ella, y cuantas veces no la saludó. Pensó en cuantas veces no le importó su preocupación, y cuanto la hirió al valorar más sus ambiciones materiales, por sobre el inherente cariño maternal. Cuantas cosas pudo comprender en ésos momentos.

Se sentía cansado, y sabía muy bien lo que ello significaba. Ya casi no sentía su brazo derecho, el cual muchas veces fué apodado de variadas formas por sus artificiales compañeros.

Ya no quedaba mucho. Sólo podía oir las sirenas, las advertencias de los policías. Quería gritar, o hablar, y pedir ayuda. Pero las ojeras evidenciaban algo más allá de la falta de energía.

Pensó en cuantas veces había oído que la gente en aquél estado, veía un transcurso acelerado de su experiencia. Se sentía aliviado, al pensar en que no había visto aquello todavía.

Pensó en sus amigos, en si seguían con vida, o invalidados en algún rincón. Pensó en cuanto hizo con ellos. En esas infantiles bromas, esos exámenes fallidos, y en cómo se burlaban de ello. En cuantas hamburgesas habían comido juntos, y en cuantos problemas habían enfrentado juntos en aquella conocida oficina.

Quería dormir, como tantas veces lo había hecho antes. Miró a su alrededor. Vió a aquellos que nunca conocío, más allá de haberlos visto algúna vez.

Ellos ya no estaban, ya no compartían el miedo y la angustia. Ya se encontraban en aquél lugar.

Pensó finalmente en ellos. En cuanto odio y angusta habían soportado. En todo lo que los llevó a ésto. En las veces que él se había en la misma situación de segregación que ellos. En el ridículo que le habían costado sus aficciones. Y pensó, con cuanto desmedro sin razón dan trato algúnas personas que, a fin de cuentas, son tan imperfectos como cada uno de nosotros.

Cerró sus ojos, jóvenes. Respiró, y con aquella última expiración, abandonó el lugar, que tanta experiencia albergó para él, y que creía conocer tan bien. Nunca pudo llegar a oír razones, sólo sentir consecuencias.

1 comentario:

franciscow dijo...

La vida nunca fue tan difícil como la pintaban antes... ¿o no?