martes, 16 de abril de 2013

Oni

Llueve. Está nublado y el clima no apetece calma. El piso de piedra está frío y resbaloso. Llevo mis ropas,  ya pesadas por el aguacero. Su blanco tono representa tanto y tan poco a la vez. Es un orden, una idea, es mi ser, mi alma, lo más preciado. Levanto la mirada y veo.. Finalmente lo veo. Miro a sus ojos, rojos como la furia en si, los que me intimidan y penetran en lo más profundo de mi ser. Son esos ojos los que han visto batallas, guerras, han visto lágrimas y sangre. Han testificado un pasado de dolor y sufrimiento. Me adentro en esos ojos, que no dan cuartel. Su dueño, vestido de sombríos ropajes, rotos y malogrados por la vida de combate que han llevado. Desgarros de aura cubren a mi oponente, los que bailan amenazantes al son de la tormenta que nos acompaña. Lentamente, su mano alcanza la empuñadura de su cinto, sin jamás apartar su mirada. Toma aquella guardia, y lentamente desenvaina su opaco acero, oxidado por cuanto fluido ha corrido por su filo.

Apenas viendo a mi contrincante, embargado por el peso del agua en mis ropas, cansado, desgastado, busco protección en mis propios brazos. Hace frío, mucho frío. Caigo a mis rodillas, previendo el desenlace que tantas veces he visto antes. Simplemente cierro mis ojos, intento no sentir. Intento conservarme. Intento vivir.

Mi oponente se acerca lentamente, a medida que su arma toma el ángulo necesario. La toma firmemente, seguro y confiado. La lluvia implacable golpea mi espalda y mi cuello. Mis energías ya han dejado mi cuerpo; ya no existo, sólo para sufrir dicho desenlace.

Hoy, hoy... Es distinto. A diferencia del pasado, donde tantos duelos he perdido, donde tatos seres queridos he lastimado y alejado de mi, hoy, siento que es suficiente. Hoy, la lluvia cala mis huesos, y mis brazos pesan como cien templos, pero hoy, mis pies no se dan por vencido. Tal y como muchas veces, tocando las piedras con mi cabeza, abro mis ojos, extiendo mis brazos y me pongo de pie. Me duelen, mis rodillas, mis piernas, todo me duele. Es que nunca antes las había usado. No conocía otra cosa que la derrota. La lluvia golpea mi cara mientras veo nuevamente a mi adversario, dispuesto a atacar. Su sable brilla a pesar de su uso con la tenue luz que guarda nuestro conflicto.

Ya de pie, tembloroso y adolorido, tomo unos pasos hacia atrás. Intento, con toda la energía que me queda, de recordar las enseñanzas de mis maestros. Hace mucho tiempo que no recurro a ellas. Pero hoy, su conocimiento y experiencia bendicen mi cuerpo. Logro concentrarme, logro tomar mi postura, ante el inminente movimiento de mi enemigo. El agua corre a través de mi piel a medida que intento recordar cómo empuñar la espada. Hace tiempo que no siento mis dedos.. Sólo me queda confiar en ellos.

Mi auge es tan sorpresivo para mi como para mi oponente. Toma unos pasos hacia atrás, aún enfilando su arma hacia mi cuerpo. Sus ojos se tornan cada vez más brillantes y fogosos. El rojo emana como llamas de sus córneas, tornando el baile de sus harapos oscuros al viento pluvial como una sinfonía de guerra. Inexpresivo, inquebrantble, no conoce derrotas ni conoce retiradas. No conoce oponentes, sólo víctimas.

Logro empuñar mi espada, tomando la vaina para desenfundar. Y es en ése momento, indefenso, donde el sable ensangrentado se apresta a mi cuerpo. Logra herirme en el brazo, lo suficiente como para provocar la retirada del ser maligno. Ya ha logrado su cometido. Se aleja, aún con su sable amenazante, el cual ha satisfecho sus ansias de sangre, por ahora, mientras logro presionar el corte. La sangre fluye a través de mis dedos, temblorosos, junto con el río del cielo. Cierro mis ojos e intento recordar, recordar la fuerza para seguir de pie, para logar desenvainar ese sable. Mi oponente observa cada movimiento, preparado para atacar con mi guardia baja. Sabe que mi espada pesa, y mi cuerpo adolece.

Ya ha sido suficiente, suficientes ataques, suficiente sangre perdida. Suficientes derrotas. Ya sin mirar nuevamente a mi oponente, logro recuperar mi guardia. Logro llevar mi mano a la empuñadura, bañando su inmaculado blanco con la lluvia sangrienta. Todo es tan lento, y a la vez hay tan poco tiempo.

Dudo si podré levantar el metal. Ya no creo en mi, ya no recuerdo cómo era esto.

Sólo cuando el demonio de las sombras se apresta a mi, con aire de posesión y destrucción, donde finalmente ocurre, donde finalmente..

"NO".

Veo su destello, veo sus ojos, veo mis miedos. Un sórdido choque. Un momento de calma en la tormenta.

Al borde del risco, de nuestro lugar de enfrentamiento, guardo mi último territorio, a medida que bloqueo el avance.

"No.."

Un grito, con las fuerzas que aún permanecen en mi cuerpo. Siento como mis manos se iluminan. Siento como el poder, que tanto busqué, está dentro de mi. Así, rechazo al demonio, lo vuelvo a alejar.

Ahora soy yo, quien sostiene el sable, con ambas manos, apuntando a su entidad.

-Ha sido suficiente, infeliz. Ya no más. Ya basta. Ya he perdido mucho por ti. Ya me has controlado lo suficiente. Es hora, maldito, de que hagas cuanto digo, y actúes según mis deseos. Esta vez, soy yo quien decide, y tu, TU, INFELIZ, ERES MI DEMONIO, Y SI BIEN NUNCA PODRÉ QUITARTE LA VIDA, SI PODRÉ DERROTARTE, CUANTAS VECES SEA NECESARIO, ¿OÍSTE?-

La sombra permanece quieta, inalterable. Pero esta vez, no se mueve, ni desenfunda. Esta vez, es mi sable que brilla con la fuerza de mi alma. Esta vez, es mi cuerpo, y mi ser, quien domina a esta bestia, y no al revés.

No hay comentarios: