domingo, 3 de agosto de 2008

Destello

Faros, luces distantes. Manchas en el horizonte negativo. Simples muescas de viento que entorpecen la razón, ya de por si adormecida y anonadada por el ínfimo tiempo de reacción.
No es inesperado, es sólo una consecuencia, para bien o para mal. Nadie talvez lo quiso así, o talvez ellos forjaron su propia suerte. Es un entramado de creencias indisoluble, y tan deleznable como la plegaria de cada uno de ellos.

No falta mucho ya. No están lejos. Claro, no lo concen aún. Lo han visto, y despreciado al mismo tiempo.. Sólo ha sido un tramo más en su vida. Nada fuera de lo común u ordinario que podría avenirles el episodio que ésa fatídica noche habría de consumar.

Miran impacientes desde el cielo, los testigos celestiales de todo evento ocurrido en aquella faz. Hoy habrían de vivenciar algo más. Un descuido, una negligencia, o talvez una receta bien preparada de olvido y descaro. Nada, esta vez ni el tiempo, podrá aclarar dichas causas. Sólo hemos de quedar con consecuencias y conclusiones.

Rien y disfrutan el preámbulo fatal. Claro, la ironía podría ser el mejor ejemplo a aplicar. Prefiero abstenerme de una expresión tan trillada. Además, no representa lo que en verdad es. Una tragédia. Una perfecta toma cinematográfica, digno de los maestros del género.

Una abisal penumbra los rodea, sin embargo se sienten seguros por la frágil compañia de la aurola artificial en la que se mueven. No ha de servirles mucho. No es que lo haya hecho en definitiva. Hablan, talvez incluso bromean. ¿Tientan al destino? La verdad es que desconocen lo conocido. Esa noche es su lienzo, y sus palabras son sus pinceles, que han de manchar desinteresadamente el delicado género vital.

Ya están cerca. No les ha tomado mucho tiempo llegar. Por supuesto, a mayor distancia, aumenta el desatino. Claro, si lo han hecho tantas veces, incluso en el deplorable estado en el que se encuentran, es improbable que algo saliera mal.

El error puede sólo igualar a lo lamentable de ellos.

Un poco de presión firmó egoistamente su epílogo. Sólo queda espectar el impactante espectáculo del cual ellos mismos son protagonistas. No hay cortes, ni ángulos incómodos, sólo lo que pueden capturar con sus ojos. El descenso es infinito, y súbito. El final se presenta antes para los afortunados, y tardío para los malditos.

Luego, el silencio. Tras ese infierno auditivo, sólo queda el disfrute morboso de lo recién realizado, o sufrido. No hay otra forma, no se puede revertir lo causado, o lo vivenciado. Sólo nos queda el callar, e intentar asimilar el torbellino.

Fué el salto hacia la decisión, egocéntrica, que conllevó a la desgracia de quienes compartieron aquellos momentos de vesanía.

Fué la penumbra entonces, la única aliada, que silenciosamente encubrió sus acciones. Los destellos bicolores no tardaron en atenuar lo perdido. Pero esas heridas han de pagarse.

El destino puede ser sellado, o destruido, y no depende de la fe en las acciones, sino en la lucidez de los resultados.

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